“De las muchas
fijaciones particulares que caracterizan a los seres humanos, ninguna cómo la
posibilidad de la inmortalidad”.
Muy a pesar de la
fatalidad de la existencia humana, ningún otro ser vivo parece ser consciente
de su finitud, de lo fugaz de su tiempo en esta tierra. ¿Qué sentido tiene la
vida de ser vivida? Se preguntaba Albert Camus. Nosotros nos preguntaremos: ¿Para
qué vivir? ¿De qué sirven los esfuerzos por aprender? ¿Para qué seguir reglas
sociales y/o culturales y relacionarnos con otros semejantes? ¿Para qué
trabajar el presente y esperar la construcción de un futuro? Si derrotadamente
en esos momento de angustia y abandono, nos conformamos diciendo que lo único cierto
y cercano es la muerte.
Pero en contraste a
la mirada derrotada de Camus, otros nos animan con aquello de construir
historia. Entonces surge aquella fantasía de una vida para hacer historia. De
una vida para pasar a la inmortalidad. Con aquel equivalente de vivir, para ser
recordado. Vivir bien, sin hacer daño, para dejar una lección.
Otros con
observación intermedia a la inmortalidad como Borges, otorga valor a <la
persistencia de la conciencia> abogando por <la integración de una
memoria colectiva absoluta de naturaleza inconsciente que alcanzaría el
carácter de inmortal gracias a la acción de aquellos que, mediante sus palabras,
obras y actitudes, con la posibilidad de la existencia eterna>. Así el, expone
algunos acercamientos que han existido a lo largo de la historia en el problema
de la persistencia humana, a través de hombres que han dejado huella de historicidad.
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