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(Imagen: Isla negra-tomada de la web)

sábado, 18 de mayo de 2013

ASI FUE CARLOS RAFAEL ESTRADA PACHECO




UN HOMBRE QUE VIVIO AGRADECIDO

Aquella nebulosa que cierra el paso cuando no hemos decidido morir, cuando vamos abanderando el hermoso sentido de vivir, de escuchar nuestra música, de sonreír a un amigo o comprometernos, admirar la simplicidad con que nace el sol, no fue ajena al entusiasmo sereno y estricto de Carlos Rafael.
Como se construyen las historias de los grandes, se deben iniciar los hechos que vivimos con él. Dejaremos su cuerpo. No su memoria. Es llevar consigo sus enseñanzas, el empeño de sus compromisos y la sencillez de un vivir. Incluso las plantas que sirven de compañeras en las gradas de su casa, esperan los pasos de ese hombre que han despedido en la mañana.
Adentro, la profundidad de un hogar sanjacintero, tres mecedoras, remembran las tardes de la sabana en que se recibe el fresco de la noche, dejando tronar desde el vientre de una grabadora el legendario sonido de una gaita. O la música de Manuel Bustillo y Rodrigo Rodríguez. A falta de finca, pende un óleo con significantes de su tierra.
El sombrero volteao, cuentan sus hijas Vilma y Francia que estaba celoso con la mochila sanjacintera, llamada Colombia, pues a él, solo lo llevaba si de viajes se trataba. Ella en cambio, sabía que llegaba a todos los espacios, sabía que nadie nunca se atrevería a tomarla, porque era el sol y la sombra de los secretos de Carlos. Supo también la mochila que sería ella, la única por quien Alicia jamás  desconfiaría. Del otro lado, unas fotografías familiares.
Elizabeth, Vilma, Melba, Francia y Carlos Alberto, supieron heredar de su padre la firmeza de los principios, la honradez. El acérrimo cumplimiento a los deberes y constancia en los compromisos. Heredaron de él, un profundo amor hacia la abuela y comprendieron su pedido por el camino de sus  cenizas. Ellos deberán cumplir un compromiso. Esparcirlas sobre las señales que aún quedan de Francia Helena Estrada Padilla, su madre. La quiso tanto que se negó a llevar el apellido del padre.
Esposa, hijas y nieto, se sonrojan al escuchar los versos que su padre les hizo. Se sonrojan, y el orgullo fácilmente se observa en sus ojos limpios y en la sencillez afable de sus palabras.
Todo tenía una razón para “Rafa”, desde cada uno de los nombres de sus hijas, hasta el nombre irónico de los animales. Desde el motivo para negarse ser maestro en Cartagena, pues todo se lo debía a su pueblo. Por cosas del destino, como suele serlo en la mayoría de los casos de hombres y mujeres de la provincia, llegó a Bogotá obligado, para iniciar una licenciatura y sumó a sus esfuerzos, la especialización y el magíster.
Entonces, ya no fue Carlos quien le cantó en un poema a Alicia: “Te buscaba sin nombre y apellido,/ en todo San Jacinto te buscaba/ en sus calles, en la iglesia,/ en los barrios,/en las amistades/ tuyas y mías./ Cansado de buscarte,/resignado a no encontrarte,/te encontré en la escuela de San Luis.” Ahora era Alicia quien lo seguía. “Tu nombre Alicia/ al igual que Alicia de Ladero/la Alicia endiosada/ del Gran Juancho Polo”, fue la estrella de sus sueños y esperanzas.
Tuvo una cita con su amigo del alma a las cinco de la tarde y como siempre, cumplió. No para hacer un trabajo, sino para darle la oportunidad de ser el primero en despedirlo.
Rosaura Mestizo Mayorga










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